Libertad

No hay libertad sin derechos humanos.
 
No hay libertad sin igualdad y justicia en los territorios
 
Como con muchas otras palabras a lo largo de la historia, hoy nos encontramos frente al abuso engañoso del término libertad. Llegamos al punto en que la palabra libertad se ha consolidado como una bandera de quienes cotidianamente, e históricamente, reproducen la injusticia, la exclusión y la desigualdad a través de la opresión sistemática de los pueblos.
Esto es tan perverso como cínico.
 
La libertad que enuncian se lee a través de los lentes de la acumulación y la competencia, desde el prisma de las billeteras, es la ley de la selva. Se trata de relaciones entre personas libradas a las posibilidades que les otorgan sus fuerzas, sus bienes, sus armas. Las prácticas sociales desarrolladas bajo este supuesto eje libertario que esconde el pensamiento único del individualismo mercantil, nos encaminan a la destrucción del planeta como resultado de subordinación de los bienes comunes y de la función social de la propiedad a la supremacía de los bienes individuales y de la propiedad privada. Nos encontramos frente a la censura del debate sobre estas lógicas que se estructuran en la satisfacción de los impulsos personales, y la fuerza bruta para imponerlos, frente a los otros (pobladores de la misma ciudad o barrio, colegas, parientes) y frente a la salud del planeta que nos cobija.
 
La historia no empieza en cada minuto. Las personas no nacen en un punto de partida igualitario. La mayoría de las personas son obligadas a vivir en la austeridad y en los bordes de las ciudades. Otras viven en la abundancia disfrutando de la centralidad de las ciudades. A unos les toca poder y recursos infinitos, a otros una carrera de esfuerzos agotadores para la supervivencia. Es injusto dar carta abierta, sin mediaciones, para operar según su voluntad e impulso a habitantes en tan disimiles circunstancias. Es tan obvio el concepto como incomprensible. Es perversa la omisión de esta condición básica de la desigualdad social, territorial, de nuestro país y el mundo. Entonces, no está bien establecer como regla general que cada uno hace lo que quiere a partir de donde está, del dinero y la fuerza que tiene. Es necesario volver a hacer presente las nociones más fraternales del acuerdo de convivencia y desarrollo que nos trazamos como comunidad y en relación con nuestro entorno. Porque no hay libertad sin igualdad.
 
Las personas, organizaciones, instituciones, movimientos, que luchamos por la libertad en un sentido profundo, democrático, lo hacemos colectivamente. Con la certeza que el ejercicio pleno de la libertad requiere como guía de organización humanitaria la igualdad y la justicia. Igualdad y justicia a la que intentamos aproximarnos cotidianamente en el camino la de lucha por los derechos. Entre todos los derechos humanos, como grandes logros de los debates más avanzados de la humanidad, los derechos colectivos, los derechos económicos sociales y culturales son la forma más desarrollada en términos intelectuales y sensibles.
Reconocer un principio de igualdad como personas modifica positivamente nuestro horizonte de acción. Se trata de lo opuesto, de reconocernos como iguales, como personas para construir en conjunto una realidad más humana. No se trata de una igualdad ridículamente parodiada por los mentores del cinismo, que diluye las diversidades o que omite la relación entre el esfuerzo personal y social, y los resultados materiales del trabajo.
 
Reconocernos en las otras personas para entender que no hay argumentos para tolerar que millones de personas estén condenadas a no poder acceder a una vivienda, a los servicios básicos, al trabajo, al esparcimiento y el deporte. El desarrollo actual del trabajo nos permite rápidamente comprender que los recursos alcanzan. A partir del consenso sobre esta base de igualdad, lo que se impone son las acciones que remedian la desigualdad, por su carácter injusto respecto del solo hecho de la condición humana. En un territorio abismalmente injusto es ridículo proponer que ser libres es únicamente dejar accionar a los individuos con lo que tengan a mano.
 
Entonces, podremos proponernos una versión solidaria y humana de la libertad que pretendemos construir, a partir de la valiosa experiencia social acumulada en los procesos de organización para el trabajo, para la lucha y para la construcción de un mundo más justo. Porque no hay libertad sin justicia.
 
Existe también una operación falaz de una efectividad alarmante: pretenden imponer que la opresión de la libertad individual radica en los acuerdos colectivos y humanos, en las leyes que resguardan nuestros derechos sociales más elementales (a trabajar, habitar, educarse, a la salud, a la ciudad, a los territorios). Una hipótesis insostenible, nunca verificada ni argumentada, que sostiene que por “culpa” de los derechos no somos libres. Cuya versión mediática asimila en una hábil, aunque rudimentaria maniobra discursiva la existencia de corrupción, la ineficiencia del aparato gubernamental, la organización del Estado, la existencia derechos y entonces, debido a todo esto: la falta de libertad.
 
Según esta maniobra discursiva, la opresión de los pueblos no hay que buscarla en las acciones individuales “libres” de sectores poderosos como los grandes propietarios de la tierra, los operadores de las finanzas mundiales, los empresarios de las multinacionales, o los operadores del extractivismo rural y urbano. Estos sectores sociales que se benefician con todos los gobiernos, más allá de los partidos políticos, incluso de su carácter democrático, no guardan ninguna responsabilidad sobre la sistemática reproducción de la pobreza de millones, sino que estarían siendo impedidos de producir la riqueza suficiente y la abundancia actual no rebasa como para considerar las terribles circunstancias de vida de las poblaciones que trabajan para sus emprendimientos, o las consecuencias devastadoras que producen sobre el planeta.
 
Por el contrario, es indispensable salir de esta trama estridente. De la oferta mercantil de una versión de libertad vacía e individualista.
 
Es indispensable defender el carácter socialmente valioso de la libertad como base del ejercicio de la voluntad individual en una comunidad. Del desarrollo de los proyectos personales o grupales sobre la base de los acuerdos sociales que el avance de la humanidad ha podido construir en una historia de debates y luchas. Los derechos colectivos, como el derecho a la vivienda, a la ciudad, a los territorios, son parte de estas nociones guía, en construcción y debate. Muy necesarias para reconocernos como iguales, para trabajar en conjunto por revertir el desarrollo injusto de los territorios.
 
Los derechos, lejos de considerarse en extraña contradicción con la libertad, son un aspecto central de la organización social que nos permite ser libres, es imposible pensar en ejercer la libertad individual sin continuar la lucha y el trabajo cotidiano por los derechos humanos. Porque no hay libertad sin Derechos Humanos.
 
Proyecto Habitar, diciembre 2023