Vivimos la era urbana. El hecho histórico que ya la mayoría de la población mundial viva en ciudades lleva a la repetición hasta el cansancio la idea de que la urbanización concentra la esperanza de solución a todos los males de la humanidad. No hay conferencia o reunión que se precie de internacional que no pondere las virtudes de una buena urbanización con soluciones a problemas tan complejos como las desigualdades sociales expresados en formas distintas como los descalabros ambientales tornando regiones enteras inhabitables. O los problemas económicos y financieros de administraciones locales cuyos recursos resultan ampliamente insuficientes para sostener una infraestructura productiva mínima que proporcione empleo y bienestar estable para algún porcentaje de su población económicamente activa. Siempre, como un mantra, se vuelve a señalar la ciudad como la invención humana por excelencia, cuyas economías de aglomeración, conectividad y liderazgo va encontrando soluciones adecuadas a cada problema encontrado, avanzando airosa hacia nuevos desafíos.

A tal punto llega el enamoramiento con las ciudades que se las denomina como inteligentes a aquellas que valiéndose de tecnologías de última generación resuelven con economías de recursos problemas de tránsito, transporte urbano o recolección de residuos sólidos, haciendo usos de sistemas informáticos eficientes. Para hacer uso eficiente de los recursos energéticos, las ciudades inteligentes operan, entre otras cosas, el alumbrado eléctrico con sistemas computarizados que se encienden automáticamente en función de la necesidad e incorporan sistemas de captación y uso de energía solar, en lugar de energías convencionales que son más caras y con impactos ambientales indeseables. En contraste, aquellas ciudades que no lo hacen, por descarte son percibidas como ciudades no-inteligentes. Claro que una ciudad inteligente no es cualquiera, sino aquellas que hacen un despliegue de recursos aplicando sistemas de última generación que producen transformaciones impresionantes en la forma en las que la gente vive, se mueve, trabaja y se recrea, que en general tiende a coincidir con las famosas “ciudades globales”. Esas que concentran inversiones internacionales y tienen la capacidad de innovación suficiente para llevar adelante procesos que serían inviables para ciudades de menor tamaño de población y capital financiero. Tales ciudades llaman la atención de la comunidad científica-tecnológica y del público en general como promesas de soluciones integrales, atrayendo además migraciones de personas proveniente de regiones y ciudades donde las perspectivas de progreso y sobrevivencia son limitadas. Así pues. Londres, Nueva York, Tokio o Dubái, tienen la capacidad de reinventarse permanentemente a partir de paradigmas futuristas de progreso y bienestar en un marco ético de reducción de emisiones de gases a la atmósfera y compromisos ambientales propios del siglo XXI. No son ciertamente ciudades cualesquiera, tienen densidades y estructuras que les permiten funcionar como centros mundiales de innovación. Paradójicamente, frente a este despliegue de optimismo se antepone el número inédito de 65 millones de personas desplazadas, más del doble de los desplazados por la segunda guerra mundial, quienes se suman a un buen porcentaje de la humanidad que vive en condiciones sobrehumanas de pobreza y marginalidad, sin acceso a recursos esenciales como agua, alimento o techo. Ciudades como Amman, Beirut, Ankara, Atenas o Estambul enfrentan el desafío de proveer de servicios a una población que se duplica o triplica con personas expulsadas de otras regiones. La ciudad inteligente resulta, según los casos, o bien excusada de tales desafíos ya que este “problema” no llega a sus territorios, y cuando llega, revela entonces una naturaleza dual: resuelve en forma asombrosa problemas cotidianos para quienes pueden pagarlo y son contribuyentes de la sociedad local pudiente. Pero tristemente tiende a controlar y expulsar en forma eficiente con una parafernalia de sistemas de seguridad de última generación para quienes lastimosamente quedan fuera del sistema.

Ante nuevos muros de infamia, de separación entre poblaciones, surgen otras formas de inteligencia, no relacionada solamente con lo tecnológico sino también con nuevas formas de organizarse e interactuar entre aquellas poblaciones que resultan segregadas de los beneficios de las ciudades inteligentes. Así pues, ante acelerados procesos de neo-colonización y fragmentación de poblaciones desplazadas surgen nuevas formas de resistencia y movilización utilizando las nuevas redes sociales y re-descubriendo los espacios públicos como inspiración para cimentar defensas de barrios y causas populares. Los asentamientos informales estratégicamente localizados y de densidad media y alta a nivel global demuestran una capacidad de impulsar economías locales que, cuando son documentadas en forma sistemática, dejan boquiabiertos a los economistas mas ortodoxos creyentes en la libertad de mercados y la eficiencia. El concepto de inteligencia urbana como esa capacidad colectiva de re-pensar y transformar la ciudad en un espacio de igualación y progreso moral es un acto revolucionario en si mismo, no de nuestros días, sino desde el origen mismo de la sociedad gregaria. Una mirada integral del cumplimiento de derechos humanos involucra formas de urbanismo que fundamentados en una convicción de las políticas sociales que puedan impulsar la defensa de los mas débiles a partir de sistemas mas eficientes de energía, protección del ambiente y fortalecimiento de economías que funcionen a partir de la generación y distribución del empleo local. En este sentido, una forma de transformar procesos de urbanización en medios de conquista de derechos radica precisamente en dejar de ver los temas de urbanización como un fenómeno global y homogéneo, mas densificación, usos de suelo mixto y tecnología, para de una vez por todas empezar a prestar atención a los matices que ofrecen esos mismos procesos en distintas ciudades. Es una realidad que no todas las ciudades pueden aplicar pautas de densificación o usos de suelo y tecnologías iguales. Eso depende de factores geográficos, económicos y culturales que un buen urbanista no puede ignorar.

Una ciudad realmente inteligente no es aquella que aplica una determinada tecnología o estrategia, sino ciertamente aquella que priorice una agenda de derechos y busca los recursos para lograrlo en forma mas efectiva. La urbanización de asentamientos informales ofrece ciertamente un medio de demostrar como la densificación y usos de suelo mixto generan condiciones de progreso cuando existe un nivel de organización comunitaria que sostiene procesos de distribución de ingresos y saberes. El problema es cuando la ciudad inteligente es entendida como la aplicación de tecnologías importadas para beneficio de clases privilegiadas exclusivamente utilizadas precisamente para profundizar las diferencias entre sectores que aprovechan los beneficios del progreso y quienes quedan afuera. Es responsabilidad de los urbanistas jugar un papel central en asegurar que ello no ocurra y que los beneficios financiados por el conjunto de la sociedad sirvan al propósito de igualar y cumplir en forma progresiva derechos fundamentales. Una región en la que una ciudad supuestamente inteligente coloniza a otras ciudades no es un modelo sustentable de desarrollo. Re-pensar la justicia social desde la óptica del urbanismo es ciertamente un desafío pendiente que no puede ser ignorado. 

FERNANDO MURILLO

MARZO 2018

 

*FERNANDO MURILLO – ARQUITECTO Y URBANISTA

Arquitecto, Magíster en Planificación Urbana y Regional (UBA). Doctor en Arquitectura y Urbanismo (UBA). Estudió desarrollo de recursos humanos en IHS (Institute for Housing and Urban Development Studies de Rotterdam) y desarrolló investigaciones sobre intervenciones urbanas en ciudades holandesas (TU Delft).

Docente, investigador de la Universidad de Buenos Aires especializado en temas urbano-habitacionales con foco en comunidades vulnerables y desplazados. Líder del equipo de evaluación del Global Development Network (GDN) en investigación aplicada a los procesos de urbanización en América Latina, Asia y África. También es profesor titular de la Universidad Católica de Salta (UCASAL). Dirigió múltiples proyectos de investigación (UBACyT, Agencia Nacional de Investigación y United Nations Research Institute for Social Development)

Consultor de la Agencia Hábitat de las Naciones Unidas (ONU Hábitat y ACNUR) en temas de planeamiento urbano-regional y construcción de vivienda social en países de África, 15.000 viviendas en el Sur Sudan, 1200 en Darfur, Sudan y Ruanda. En el oriente medio se desempeñó como líder de proyecto de planeamiento territorial en la Franja de Gaza y construcción de 12.000 unidades de vivienda social. En América Latina ha trabajado con el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Nicaragua, Panamá y en Colombia. Recientemente, se desempeñó como consultor senior de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en la redacción del capítulo de América Latina del Reporte Mundial “Urbanización y Migración” y del Ministerio de Planificación y Servicios Públicos de la Nación para el desarrollo de lineamientos de planificación territorial (Argentina). Recientemente trabaja con el Banco Mundial en proyectos de integración de refugiados en Zambia estuvo a cargo de desarrollar un plan de inclusión local de ex-refugiados elegibles para optar por ciudadanía en Zambia y desarrollo de planes para potenciar las economías de aglomeración en Argentina.

Fuente: http://www.ciham.org/fernando-murillo/                                                                                                                              Imágenes del autor

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